Te ruego sepas perdonar esta sensibilidad que me hace tan vulnerable llegado a una etapa de la vida en la que mis sentimientos se manifiestan a flor de piel. Puede que en ello influya el hecho de pasar ya las seis décadas de vida, periodo en el que se exteriorizan con mayor facilidad las emociones.
Me descubro ante la melancolía de mis silencios frente a eventuales sucesos que hasta hace relativamente pocos años podía asimilar como algo tan natural como la vida misma y esto quizás sea lo que me convierta irremediablemente en una persona altamente sensible con un mayor nivel de percepción ante estímulos externos o internos manifestados a nivel físico, emocional y social.
Lo positivo de esta alta sensibilidad adquirida con los años, es que me convierte en una persona mucho más empática con los demás, me permite asimilar mejor las emociones de quienes me rodean, a la vez que me obligo a ser más creativo y perfeccionista. En cambio, la desventaja o lo más negativo que enfrento, es que, en ocasiones, cuando no puedo controlar factores externos, me lleva a un incómodo estado de ansiedad que solo remedio aplicándome una significativa dosis de paciencia.
Estas son las razones por las que te pido tú también seas paciente conmigo y puedas perdonar esta melancolía que me embarga hoy. No son ni uno ni dos, son muchos los motivos que me provocan tal estado, los que asumo y como tal me enfrento, pero no puedo mentirte, hay una razón que es la que más me entristece, sensibiliza sobre manera y presupone un considerable peso en mi conciencia y es relacionado con lo que sucede en mi tierra, la tierra donde nací, esa tierra donde descansan mis ancestros, donde viven mis hermanos, mis amigos y la que ya hace muchos años decidí dejar atrás.
Cuba es mi motivación, mi razón de ser y mi anhelo, pero también es mi pesar, lo que más duele en mi alma y me abate irremediablemente al ver la penuria en la que se va consumiendo día a día. Ya no es la misma tierra que en otro siglo habité, porque hoy se ha convertido en una tierra de silencios, oscuridad y tristezas, tierra de carencias y sobrevivientes que pugnan por un amanecer incierto, un futuro sin esperanza y un pasado que se añora no por mejor, sino por haber sido algo más indulgente.
Cuba me ha dejado un gran vacío de afectos, de ellos, muchos son los que, como yo, han preferido poner tierra de por medio, algunos, no pocos, han partido definitivamente, quien sabe a qué dimensión, mientras otros, sin más opción, se han dejado la lucidez en el camino, por el que deambulan hoy, entregados a la feroz vileza de alucinaciones pretenciosas, de volver algún día, a un presente mejor.
Aquellos, que, sin otra elección, han quedado varados en las raíces de nuestra depauperada tierra, envejecer, sumidos en incertidumbres, carencias y tristezas, ha sido la única opción que han recibido por oferta y me aflige verlos errar sin destino, sufrir la negación del derecho a prosperar y recibir una miserable pensión incapaz de cubrir mínimas necesidades.
Me entristece ver como la única alternativa que hoy encuentran los jóvenes nacidos en mi tierra sea, en el mejor de los casos, atravesar, sin retorno, la puerta de salida del aeropuerto o bogar sobre un inseguro mar infestado de hambrientos escualos, ávidos de sangre inocente. Incluyo en este padecer a aquellos que venciendo obstáculos y a base de sacrificios, logran concluir una carrera, sin más aspiraciones, que las coartadas libertades del ejercicio subyugado de su profesión, viéndose obligados a elegir también como mejor opción, la evasión definitiva.
La sensibilidad que de forma vertiginosa ha evolucionado en mí, hace que cada vez me sienta más frágil frente a la melancolía que induce tantas carencias, a la vez que pretende, sin clemencia alguna, doblegar la ya maltrecha voluntad que me asiste. Esta misma melancolía que provoca se nublen mis ojos cuando veo niños, que, desde la más cándida inocencia, demandan un mínimo de sueños vulnerados, provocados por la inexistencia de mínimos recursos materiales con los que pudieran consumarse minúsculas quimeras.
Abatimiento me provoca la desilusión de la madre que por más pretensión que tenga de llevar a la mesa de su prole, el plato ineludible con el que sensatamente poder sustentar la crianza, se ve ante la imposibilidad de cubrir tales necesidades básicas, como resultado de carestías cómplices de errores repetidos, trillados y no asumidos.
Acompaño en su vergüenza, al individuo con decoro, que se ve obligado a inclinar la cabeza ante el imposible de cumplir su rol de padre protector, cabeza de familia o adalid del destino de sus descendientes. Vergüenza que me causa ver cómo tan ineludible responsabilidad es provocada por la insignificante retribución que recibe como fruto de su trabajo y esta no le permite cubrir necesidades básicas que demanda la modesta canasta familiar, viéndose reemplazada por la vergonzosa alternativa de recurrir al auxilio de quien desde el exterior pueda sustituirle en el compromiso que no elude, pero no puede afrontar.
Me conmueve y apesadumbra no reconocer mi ciudad, esa ciudad que con tanto orgullo he llevado por doquier en mis ojos, en mis labios y en el corazón, ciudad que me apena ver sumida en penumbras, escombros, inmundicias, incompetencias, desidia, inconformidades y enfrentamientos. Una ciudad que siempre fue orgullo, hoy no es más que timidez. De una ciudad que un día fuera envidia arquitectónica, hoy sus ruinas causan desdeño, reflejándose en fachadas despintadas, soportales en ruinas, columnas corroídas y edificios devastados. La que alguna vez fuera mi ciudad, hoy me es ajena, siendo esa ciudad de la que un día partí, para convertirme por voluntad propia en su eterno ausente, la que hoy me desgarra el corazón.
Perdona mi sensibilidad, espero que comprendas las razones que me motivan, ya tengo una edad y creo poder permitirme tal sentimentalismo, no me hace mejor ni peor, pero me hace humano expresar lo que pienso y siento. Por leerme te agradezco sinceramente, ¡ah! y fíjate que no te pido compartas mi opinión, solo te pido la respetes como respeto yo tu punto de vista, eso nos hará más dignos y en algún momento podremos encontrarnos en espacio común que lejos de enfrentarnos, permita fundirnos en un fraternal abrazo.
Oniel Moisés Uriarte
Madrid 9 de enero de 2021
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