Aprieta, pero no tanto criollo. Tradiciones que hacen al pueblo cubano.
Por Oniel Moisés Uriarte.
“Aquí el que no corre vuela” es un dicho popular cubano que refleja la afición de los criollos en esos menesteres de las creencias religiosas, que tan bien se nos da en la isla, muchas obras de teatro, composiciones musicales, literatura o pinturas, han sido soporte de temas relacionados con esta particularidad de los cubanos. Creer o no creer ha sido el problema, ya a estas alturas no es tan difícil saber quien practica la religión o no. Pero hace unos años atrás era un tabú.
Por eso tal vez sea canción la Adalberto Álvarez el caballero del son, que decía, “hay muchos que dicen que no creen en ná y van a consultarse por la madrugá”, Y es bien sabido que eran tiempos de negar la esencia de nuestras raíces, los han habido que han sido fervientes religiosos y nunca ocultaron su dedicación, también han estado los que dijeron no creer en nada y han sido los más adictos, como también están aquellos que solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, o sea de esos que cuando les ha apretado el zapato, han ido corriendo al medico de los pies descalzos.
Este es el caso que nos ocupa hoy, Candido, Candito para sus familiares y amigos, un viejo conocido nuestro, que allá por los años ochenta trabajaba en los muelles del puerto como estibador. De piel blanca, de mediana estatura, fuerte de físico y de carácter, pero jodedor como ninguno, su debilidad manifiesta eran las mujeres negras, de culo grande, se perdía cuando veía pasar alguna, no podía contenerse, y rodando las piedras se encuentran, un día se enredó con Margarita una negra muy linda que estudio en mi clase de primaría y terminó casándose con ella.
Siempre se ha asociado a los negros con la religión afrocubana, y aunque han existido y existen sus excepciones es cierto que en Cuba la mayoría es creyente, en el caso de los blancos la mayoría han sido practicante de la religión católica, muchos no creen en ná o han practicado a escondidas el culto a los Orishas. Pues Candito era de los que pasaba la vida burlándose de todo, no creía ni en la madre que lo parió, pero le tocó una familia política que si era muy dada a eso de la santería, el espiritismo y la brujería, lo que le ocasionó no muy pocos problemas, su suegra por ejemplo lo quería con la vida, porque hay que reconocer que Candito era un buen tipo, pero llegado el momento de hacer algo relacionado a la religión ahí mismo se transformaba en un espíritu burlón, lo que provocaba la ira de la familia de su mujer.
Un Domingo se organizó una misa espiritual en la casa de sus suegros, a donde el había acudido con Margarita y los niños, que ya por esa época sumaban cuatro, comenzaron a llegar la gente, la casa se llenó hasta el balcón que daba a la calle. Candito se fue a la cocina a ver el partido de béisbol y darse sus traguitos de Flor de Caña, un ron nicaragüense muy de moda por aquella época, mientras en la sala de la casa se iba desarrollando la misa, cantos, rezos, oraciones, espasmos, mujeres tiradas por el suelo pasando el muerto, hombres sudorosos con el torso desnudo, levantando y sosteniendo a aquellas mujeres, poseídas por sus espíritus, integrantes de largos cordones espirituales, de esos que empiezan a pasar y no acaban nunca.
Mientras, en la cocina, Candito eufórico empinaba el codo al ritmo del festival de batazos que el equipo Industriales le propinaba a Pinar del Rio, su rival en esa liga. Al final de la octava entrada del primer juego, eran cerca de las cinco y treinta de la tarde, o sea que habían transcurrido tres horas y medio de partido y de misa porque ambas actividades comenzaron a las dos de la tarde. Ya para ese tiempo Industriales había hecho siete carreras y por la misa habían pasado cerca de quince buenos espíritus, que pasaban dejando sus buenos consejos, advertencias, castigos, recomendaciones de trabajos a realizar, limpiaron con flores blancas y perfume, sacudieron a los asistentes con hojas de muchas plantas o rociaron con ron, humo de tabaco y cascarilla. Como el partido de béisbol no deparaba nuevas emociones, y ya todo estaba hecho, Candito medio ebrio de satisfacción por el logro de su equipo y por los efectos de los ochocientos centilitros de ron ingeridos se fue a la sala.
Candito, sobrio, siempre fue un jodedor cubano, ebrio, había que huirle, así se plantó apoyado al marco de la puerta de la sala con un vaso en la mano que por supuesto contenía ron, tenía la mirada perdida y por momentos hacía gestos como de querer regresar a la lucidez, pero ya era imposible, estaba hasta el cuello de alcohol, en ese momento se escucha brotar de la garganta de una señora que se ubicaba frente a la bóveda donde estaban colocados los vasos con agua, algo que en principio parecía un quejido, luego un ligero grito rasgado y al final un intento de entonar algo así como un pregón, porque pasados unos segundos pudimos llegar a la conclusión que aquella señora pretendía entonar las notas del manisero, si como lo oyen, el manisero. Lo que estábamos escuchando y viendo era increíble, aquella mujer había tomado para si una pose de vedette, dando pasitos de rumba que rayaba en lo ridículo, avanzaba con un abanico abierto amenazando con tropezar y caer estrepitosamente en cualquier momento. Pero el clima de la situación llegó cuando se detuvo en el centro del salón y con las manos en la cintura y los ojos muy abiertos gritó, yo soy Niña Rita.
Por supuesto que hacía referencia a Rita Montaner la única, la irrepetible, aquella prodigiosa cantante cubana que se había ganado el cariño del pueblo, con su fina voz con la que llegaba a unos registros envidiables, manteniendo la dulzura de la melodía que interpretaba. Esa tarde aquella mujer según ella, estaba poseída por el espíritu de la más grande cantante cubana de todos los tiempos, pero a la verdad no lo parecía, aquella voz de vendedora de mangos no se parecía en nada a la de Rita. Fue entonces cuando Candito como si viniera del más allá, avanzó hacia la mujer, se viró hacia los presentes y con los ojos cerrados, subiendo el brazo derecho hasta colocar la palma de su mano sobre el comienzo de la frente a la atura de las cejas, a manera de saludo, pronunció con voz algo tropelosa, pero entendible, un nombre muy conocido para los presentes y virándose hacia la mujer que se había recuperado bruscamente de todo trance, le espetó en la cara.
“Si tu eres Rita Montaner, porque yo no puedo ser el Indio Hatuey”
Allí mismo se acabó la misa como la fiesta del Guataó y a la mujer-plagio la dejaron como al gallo de Morón, sin plumas y cacareando. De Candito, solo puedo decirles que nunca más le permitieron ir a una misa, su mujer prefería que se fuera a emborrachar con los amigos o a pasar todo el santo día en el estadio Latinoamericano antes que soportar otra de sus herejías.
Muchas veces que nos encontramos después de aquel suceso, le decía: “Apretaste caballo” a lo que invariablemente me respondía: “Ah no jodas que a la que se le fue la mano fue a la señora IRRITA” y se marchaba canturreando una canción que el mismo se había inventado.