El adoquín de una plaza arrasada.Remembranza en la Plaza de la Catedral Habanera.
Por Oniel Moisés Uriarte.
En mil novecientos setenta y nueve surge en La Habana la Feria de Arte Popular, espacio creado para la venta organizada de artesanías elaboradas por carpinteros, herreros, costureras, zapateros, joyeros, talabarteros y alfareros, entre otros muchos oficios, quienes encontraron en la Plaza de la Catedral el lugar donde vender sus creaciones todos los sábados.
Fue muy popular en aquellas citas artesanas una especie de sandalia fabricada con goma de camión, utilizada como suela y con recortes de cuero para formar la parte de arriba del curioso y muy demandado por entonces calzado unisex al que el pueblo bautizara como “Guarachas”. También se llevaban las palmas unas camisas elaboradas con tela de saco de harina, a las que se les adicionaba un recorte de cuero repujado como bolsillo y algunos detalles en encaje que las hacían más vistosas.
Un amigo muy cercano, para ayudarme a paliar la sequía económica que atravesaba, me propuso sumarme al equipo de artesanos que en su casa se reunía a partir del día jueves para sacar la producción que se vendería en La Catedral el siguiente sábado. O sea mi amigo me proponía trabajar dos días de la semana y ya me anunciaba que con eso era suficiente para acumular el dinero necesario para cubrir los gastos y el salario de los que con el trabajaban.
A mí me tocó trabajar la parte del repujado de las camisas de saquito de harina, que su mujer, una hábil diseñadora y costurera, convertía en verdaderas obras de arte. El se encargaba junto a su hermano de la confección de las guarachas y su hijastro pintaba cuadros al oleo sobre bastidores elaborados también con sacos de harina, émulos del lienzo que en la Habana de la época no se encontraban ni en las misas espirituales.
Aquella inmensa y vieja casa convertida en taller de elaboración artesanal era un verdadero centro de creación de riquezas, al punto que a la tercera semana de estar trabajando con ellos pude darme el lujo de no hacer otra cosa que esperar la llegada del siguiente jueves para volver a la carga, preparando la producción del sábado que como resultado de la venta ni contar el dinero se podía, se iba metiendo en cartuchos de papel para una vez terminada la jornada y ya de regreso al taller contar la indecente cantidad contenida en aquellos sobres, sacar la parte proporcional de los gastos, cubrir lo pactado con cada uno como salario y el resto salir a gastarlo de forma indistinta en restaurantes, hoteles, clubes y algún cabaret de la Habana, cuando no nos daba por alquilar un auto y salir de la capital buscando nuevas formas de ocio.
Para esta locura en la que nos sumíamos teníamos lo que quedaba del sábado hasta el miércoles en la noche, que ya por disciplina nos citábamos en el taller, para conocer la estrategia de producción de los dos siguientes días. Pero como todo lo que comienza acaba, aquello duró como dice Joaquín Sabina en su canción 19 días y 500 noches, -“lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rock”.
En el año ochenta y dos la “Operación Adoquín” dejó La Catedral casi limpia de artesanos, quienes fueron puestos a disposición de la justicia, acusados de actividad económica ilícita y otros delitos contra la propiedad social de todo el pueblo. Así terminaba aquel oasis de abundancia, que por suerte para nosotros no terminara de forma trágica gracias a la condición de artista extranjera de la mujer de mi amigo y que todos los papeles estaban en perfecto orden.
Así acabó aquella etapa que muchas veces he pensado fuera una prueba para saber hasta donde era capaz de llegar el cubano con su ingenio, y que fue un periodo en el que el pueblo comenzaba a vestir más elegante y menos uniforme. La solución que sustituyera la decadente propuesta artesanal recayó en los Mercados Paralelos creados por el estado poco después de aquella limpieza.
Hoy lo cuento desde la añoranza de aquellos tiempos en el que los cubanos pudimos ser capaces de crear riquezas apenas con recortes de todo lo que podía convertirse en arte manual. Que no hubiéramos sido capaces de crear si hubiéramos tenido realmente en nuestras manos los medios fundamentales de producción.