Despedida sin tristeza, no significa desamor.El velorio, costumbre arraigada en pueblos de Cuba.
Por Oniel Moisés Uriarte.
En Cuba escuché decir, a través de una canción que cantaba Ramón Veloz, un slogan que me tomé muy en serio y pronto intenté llevar a vías de hecho, el consejo que en él me daba rezaba así, <“Conozca a Cuba primero y al extranjero después”>, razón, por la que desde muy joven, comenzara a visitar pueblos y ciudades del interior de la isla.
Puedo decir con orgullo, que conocí muchos rincones de cada una de las provincias cubanas, ciudades incluidas, barrios y poblados, por más intrincados que estos estuvieran. Esta suerte, en gran medida, se la debo a los años que trabajara en el canal 6 de la televisión cubana y muy en especial al programa Palmas y Cañas, en el que muchos de aquellos que se realizaban en exteriores, viajaba con los equipos de control remoto.
En cada lugar que visitaba o tuve la oportunidad de residir por algún tiempo, descubría, que entre estos existen diferentes costumbres y tradiciones, pero a la vez, muchas cosas que les identifica y une, en una misma identidad, la identidad del pueblo cubano. Hoy me viene a la memoria un hecho del que fui testigo y que bien pudiera servir de ejemplo para ilustrarlo.
Hubo una etapa de mi vida, que por asuntos personales y de trabajo, residiera en el municipio de Colón, viviendo y conociendo de cerca algunos de los pueblos que le componen y de forma directa a sus habitantes. Entre estos, fue el pueblo Banagüises y uno de sus nativos, quienes protagonizaron el hecho que les cuento.
Un día, recibí la noticia del fallecimiento de la madre de un amigo, también administrador como yo, en la red gastronómica del municipio al que pertenecíamos. Intentando localizarle, para darle el pésame y ponerme a su disposición, le encontré en el hotel Gran Caridad esperando al administrador, al verme, en su rostro descubrí una expresión de alivio, me acerqué y tras las palabras de consuelo que en esos casos son las habituales usar, le dije que contara con migo para lo que requiriera y lo que escuché como respuesta, más bien como pregunta, me descolocó: < ¿tienes ron en el almacén?>, le respondí que si y a continuación me solicito una caja, a lo que acompañó diciéndome, es que ya tengo dos cajas pero me voy a quedar corto.
Yo no entendía nada, hasta ese momento lo que sabía, era de la novedad en su familia, no de una fiesta que se organizara en su casa y es que lo que yo no conocía, que por costumbre en la zona, un velorio sin ron, cerveza, arroz con gris, yuca y carne de puerco, no era un buen velorio. Aquello me llamó la atención, pero como bien se dice en España: < ¡a donde fueres haz lo que vieres! > Entonces a Banagüises me fui a acompañar a mi amigo.
Al llegar al pueblo, pregunté donde quedaba la funeraria donde se velaba a la madre de mi amigo y para mi sorpresa me orientaron como llegar a su casa. Una vez llegado al lugar, donde suponía iba a encontrar total solemnidad y silencio, tuve que rodear la casa hasta encontrar un patio colmado de dolientes y acompañantes de estos, todos con un recipiente o cerveza en mano, agrupados y conversando en diversos grupos, bajo el fresco amparo de los arboles. Sobre una mesa de madera rustica descansaba una bandeja conteniendo un apetitoso cerdo asado y bajo una mata de mangos lo que bien parecía funcionar como cantina, en la que se ofrecían las bebidas.
Cuando pude distinguir a mi amigo me acerqué, interrumpiendo una animada conversación acerca del último partido disputado por el equipo de beisbol Henequeneros, del que la inmensa mayoría de los matanceros a lo largo de los años de series nacionales, han sido seguidores. Mi amigo me abrazó, a la vez que volvía a darme las gracias, por lo que yo había aportado para apoyarle en aquella ocasión. Me tomó por el brazo y entramos a la casa hasta la sala donde se encontraba el féretro entre coronas de flores y total silencio, acompañado por dos mujeres mayores que al saludarles se disculparon, saliendo al patio. Allí estuvimos quizás 10 minutos tiempo en el que regresando al patio, nos cruzamos con las dos mujeres que regresaban a la sala con sendos platos de carne de puerco y cervezas en sus manos.
Entonces, aprendí la lección que aquella gente del pueblo me daba, mientras que en las ciudades, la despedida de un ser querido, es todo un acto de solemnidad y recato, allí con el mismo sentimiento, se hacía de otra forma totalmente diferente, pero nada reprochable. Muy fácil de entender, si observabas como los que querían acompañar al difunto, entraban a la sala se mantenían en absoluto silencio, marcado por el respeto impuesto por el momento y cuando consideraban oportuno se iban al patio a beber, comer y entablar charlas entre amigos.
Así es Cuba, así hemos sido, somos y seremos los cubanos, sea cualquiera el lugar que nos encontremos, porque la diversidad forma parte importante de nuestra identidad.