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El oro negro y el verde milagro

Memorias > Publicaciones 2019
El oro negro y el verde milagro
Por Oniel Moisés Uriarte

El 23 de octubre de 1994 acudí al recién inaugurado mercado agropecuario de la zona 6 del reparto Alamar en la Habana. Por entonces trabajaba como Económico de una granja pecuaria al Este de la Habana. Días antes el gobierno cubano había autorizado a los particulares y empresas estatales a llevar productos para ser comercializados libremente en esas áreas abiertas que tenían como objetivo aliviar el desabastecimiento que habían convertido al huevo y al arroz en artículos de lujo para los cubanos. Con la apertura del mercado agropecuario ya la población tenía un sitio donde comprar "por la libre" algunos alimentos fuera de la libreta de abastecimiento aunque a precios muy elevados. El principio del "mercado agropecuario" se regiría por la ley de la oferta y la demanda.

Ese día yo comandaba un grupo de trabajadores de la pecuaria que en dos camiones llevábamos para poner a la venta, en uno, pollitos vivos y en el otro, carbón vegetal. Luego de declarar la mercancía nos ubicaron en un área que acondicionamos con tablones y todo lo que nos pudo servir para soltar a los pollitos y que los compradores pudieran elegir los que querían. En el caso del carbón nos dejaron estacionarlo en la calle lateral del mercado donde la población tenía buen acceso. Serían aproximadamente las diez de la mañana cuando comenzamos la venta de los dos productos, pero inmediatamente chocamos con el primer problema, la gente que acudía a comprar en su mayoría no tenía dinero cubano, eran momentos en que la moneda nacional se encontraba en paupérrimas condiciones, los billetes de cinco y de uno eran como si les hubieran perdonado por un tiempo más la incineración y como se había despenalizado la divisa habían más dólares en la calle que nuestra devaluada moneda nacional.

Aquella situación nos limitaba porque como empresa estatal no teníamos ninguna orientación de vender en otra moneda que no fuera la nacional, por lo que peligraba el objetivo que nos había hecho acudir al mercado después de haber trabajado intensamente en la elaboración del carbón y mucho más en el esmerado cuidado para criar los pollos. En la medida que avanzaban las primeras dos horas de estar en el mercado las ventas que habíamos realizado eran mínimas, cuantos se acercaban a donde nos encontrábamos con el objeto de comprar nuestras dos ofertas estrellas, debían marcharse desilusionados por no tener pesos cubanos con los que comprar y en cambio si tenían dólares en sus carteras. En vista de la dificultad que enfrentábamos me fui a un teléfono con el fin de comunicar con el jefe de la Pecuaria para que a su vez pusiera al corriente de la situación al director de la empresa y entre todos buscar la solución al problema o de lo contrario retirarnos definitivamente.

Inmensa fue la sorpresa cuando del otro lado del teléfono, pasado unos minutos de incertidumbre, escuchamos al jefe como nos daban luz verde para vender en dólares, hecho sin precedentes en una empresa estatal como la nuestra, que por primera vez en su historia iba a ingresar en su caja fuerte una moneda diferente a la que siempre se había operado la contabilidad socialista.

Entre los sacos de carbón que se vendían como churros, dada la escasez de combustibles en la isla y la venta de los pollos vivos, animalitos que cubrirían la necesidad básica del consumo de carne blanca para quienes lo veían como una solución a corto plazo, dos horas bastaron para que no quedara nada de lo que habíamos llevado al mercado ese día y el portafolios en el que guardáramos el efectivo, apenas podía cerrarse por la cantidad recaudada, resultado de la venta total del día.

Terminada la jornada y ya de regreso a la granja pecuaria, tocaba poner orden a toda aquella locura vivida en el mercado y contabilizar la venta. Fue entonces que pudimos comprobar que en realidad algo no estaba funcionando bien en la economía de la isla en aquellos momentos, frente a los más de doscientos dólares recaudados menos de cien eran moneda nacional. Ya para entonces las casas de cambios cotizaban el dólar a veinticinco pesos cubanos, lo que concluía que la venta total podía ascender a unos cinco mil pesos cubanos.

En principio creímos que el siguiente paso sería ir al banco a cambiar toda aquella moneda extranjera por el depreciado y débil peso cubano, algo muy lejos de la realidad, recordemos que ya para esa fecha existían comercios en la capital que solo operaban con divisas, como la conocida ferretería Feíto y Cabezón, ubicada en la esquina de las calles Reina y Lealtad, en Centro Habana, lugar en el que se invirtiera una gran parte de aquella recaudación en dólares, para cubrir necesidades materiales de la granja, según nos explicara nuestro jefe inmediato. La otra parte ni idea a donde fue a parar, no hubo contabilidad que como tal lo registrara. Hecho que quedaría como precedente para lo que en un futuro serian nuevas incursiones al mercado agropecuario.

Desde aquel entonces me aficioné a la elaboración del carbón vegetal, pero mucho más a su comercialización. Aunque mi función como contable de la Pecuaria debía limitarse al trabajo de oficina, me adicioné la tarea de fiscalizar la elaboración de lo que llegué a bautizar como “el oro negro” de mis años noventa. Cada domingo contabilizaba los sacos de carbón que subíamos al camión con destino al mercado, cuando tres éramos los encargados de convertir en milagro verde aquel producto tan necesario para la población; el viejito carbonero, el chofer y yo, que al final de cada jornada por supuesto, ingresábamos la cantidad total de la venta, que como por arte de magia desde entonces comenzó a venderse en moneda nacional, al menos en los papeles de la contabilidad para la empresa.

Nunca recibí ni el más mínimo reclamo por parte de quien sabía lo mal que había actuado al no valorar el trabajo de aquel hombrecito, quien a sol y sombra, durante días y noches, había cuidado con celo la primera partida de carbón que le generara los beneficios personales que se atribuyera por el solo hecho de ser el jefe. Que no actué bien, en su momento me lo puede haber reprochado, sin embargo no tuve cargo de conciencia alguno, considerando que esta actitud que en lo personal asumiera, era mi forma de resarcir lo injusto de aquella actitud egoísta de alguien que abusando de su poder se beneficiara a costa del sacrificio de otros. Tampoco es que esto haya sido algo extraordinario en una sociedad como la cubana de los noventa, en la que se fomentara la doble moral entre los muchos oportunistas que el sistema generara a partir de la necesidad material que viviéramos. Duele recordarlo, si, pero considero necesario hacerlo, ¿no creen?


 
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