¡La Hino es una guagua nueva…!El Omnibus Hino “Colmillo Blanco “ en carreteras de Cuba.
Por Oniel Moisés Uriarte.
En Cuba entre 1976 y 1983 comenzaron a circular en la Habana flamantes ómnibus japoneses marca Hino, hoy recordando aquel medio de transporte tan bien recibido por los cubanos, me viene a la memoria el estribillo de una canción que se hizo muy popular por entonces y que decía: “La Hino es una guagua nueva, se sube por delante se baja por donde quiera…” ¿se acuerdan?
Pero antes que las calles de la Habana se llenaran de aquellos vistoso y confortables autobuses, fueron las carreteras las que recibieron una flotilla de modernos ómnibus de fabricación japonesa dotados con motores de 270 caballos de fuerza cada uno; con capacidad para 39 pasajeros, asientos reclinables distribuidos adecuadamente, aireacondicionado y música indirecta, con destino al servicio interprovincial de pasajeros, todo lo cual proporcionaba un agradable ambiente interior, en favor de hacer más confortable el tiempo de viaje a lo largo y ancho de toda Cuba. Este ómnibus gozó de gran aceptación por parte de los pasajeros y chóferes dadas sus excelentes cualidades, diseño y confort, siendo bautizado popularmente como “Colmillo Blanco”.
Viajar sobre aquel cómodo medio de transporte era todo un lujo para los cubanos. Cambiábamos las veteranas “Camberras” por estos nuevos ómnibus que llegaban para hacernos la vida más fácil y creo que hasta motivó a la población a realizar viajes más interprovinciales, por el solo hecho de disfrutar tan grata experiencia, lo que debe haber aumentado considerablemente la recaudación económica de la empresa de ómnibus nacionales a partir de la adquisición de una flota como la que estrenaba.
La primera vez que recuerdo haber viajado en un “Colmillo Blanco”, fue con mi madre y hermanos a la ciudad de Cienfuegos en 1977, donde pasamos unos días en casa de nuestros familiares y celebrara mi cumpleaños número veinte. En mí memoria quedó para siempre grabado el momento que subí al ómnibus, en el que sentí un olor muy agradable, mezcla de lo limpio y lo nuevo en su interior. Una música ligera se escuchaba a un nivel que no molestaba al oído, ni interfería en las conversaciones que sostenían los que ya estaban ubicados en sus asientos. Sin mucho esfuerzo podía seguir las notas de la sinfonía que emitía, la que identifiqué enseguida porque en Radio Enciclopedia la había escuchado antes. El confort que me brindara el asiento que me tocara al lado de la ventanilla me hizo sentir tan cómodo al reclinar su posición que no me costó ningún trabajo quedarme dormido. Cuando desperté, el ómnibus ya avanzaba por la carretera central y lo curioso fue que no sentía el motor ni el ruido que afuera podía estar sucediendo. Pero eso sí, la piel la tenía como carne de gallina, ¡que frio!, entonces me di cuenta que eso era lo que me había despertado.
No sé por qué aquellos ómnibus tenían que hacer sufrir tanto a los pasajeros poniendo el aire acondicionado a toda máquina, cuando los cubanos no estábamos acostumbrados a soportar tan bajas temperaturas. No tengo ni la menor idea si la razón estaba en alguna orientación que recibían los conductores, o si estos lo hacían por puro placer. Ellos por su parte si llevaban colocados prendas de abrigos, algo que pronto aprendimos los viajeros cuando nos tocaba viajar en un “Colmillo Blanco, podíamos dejar cualquier cosa en casa, menos el “sueter”, sino queríamos contraer un buen catarro durante el viaje.
Años después realicé un viaje a Holguín, en un “Colmillo Blanco” a través de la popular carretera “Ocho vías”, que según los entendidos era mucho mejor, segura y rápida para el desplazamiento entre provincias, de esa ocasión recuerdo un hecho algo surrealista acontecido en el trayecto. Una mujer muy gruesa, acompañada de un niño de cinco años más o menos, fue la protagonista de aquel suceso en el que los dos choferes del ómnibus se vieron envueltos. Ella, en medio de un tramo de la carretera, con toda la dificultad que le acarreaba desplazarse por el estrecho pasillo desde casi el fondo del autobús en marcha, a duras penas logró situarse al lado del chofer y le exigió que detuviera el ómnibus para bajar a vaciar su vejiga que ya estaba a punto de desbordarse por el frio que sentía después de haber ingerido un termo completo de té. El hombre le dio cuantas explicaciones cabían para hacerle entender que no podían detenerse en la vía ya que lo tenían prohibido por seguridad. Esta insistía una y otra vez que parara y le amenazaba con orinarse allí mismo si no lo hacía. La cosa fue a más, él, que no paraba, ella, que se orinaba arriba del autobús, hasta el punto que el otro conductor que hasta ese momento dormía en el asiento delantero detrás de su compañero, al despertarse con los gritos de la mujer, creyó oportuno sujetarla por el brazo para devolverle a su asiento, cuando esta con un rápido movimiento se libró de aquella mano que la sostuvo por un instante y con la que le quedaba libre y sostenía su bolso le arrío un manotazo en plena cara que lo volvió a sentar.
Llegado a ese límite el conductor detuvo la marcha en la cuneta queriendo de todas, todas, dejar a la mujer en la carretera ante la protesta de los pasajeros que uno a uno fuimos bajando de aquel congelador, los hombres hacia la parte delantera del ómnibus, unos al lado del otro y las mujeres que bajaron lo hicieron hacia la parte trasera del vehículo, pero todos, unos y otras íbamos a lo mismo, vaciar las vejigas que como las de la promotora del incidente teníamos a desbordar. Cuando subimos al ómnibus ya nuestra heroína se encontraba en su asiento y ante las caras de desagrado de los dos conductores comenzamos a aplaudirle por su actitud, ah y como para evitar que se volviera a repetir el incidente bajaron las frigorías del aire acondicionado a un agradable clima en el interior de nuestro “Colmillo Blanco” que concluyó su trayecto en Holguín en paz y total armonía.
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