El Bodeguero - El Rincon Cubano

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El Bodeguero

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Del otro lado del mostrador…
El bodeguero, siempre atento en una esquina de mi barrio.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Si a un personaje de la vida cotidiana cubana, que recuerde de mis primeros años de existencia, tuviera que reivindicar en mis recuerdos, sin lugar a dudas, este sería, el bodeguero, agente social, que jugaba un papel fundamental, en apoyo y seguridad de las familias más humildes que a él recurrían, con total confianza y seriedad y que en reciproca actitud, a este respondían. Acción muy apelada en aquellos años por el pueblo y reconocida como “el fiado”, o el recurrente <apúntamelo en mi cuenta>.

En cualquier esquina de ciudades y pueblos de Cuba, podía encontrarse una bodega, en la que compartían espacio, una vidriera para la venta de artículos varios, la lotería nacional y en una de las esquinas del mostrador, la venta de cervezas y ron. No faltaba en estos comercios, casi siempre ubicada en una esquina, cerca de la barra, la victrola, donde podían seleccionarse los discos que contenían la música de las orquestas y cantantes más populares de la época.

Entre mi abuela y nuestro bodeguero, existía una relación de confianza y amistad manifiesta. Para nuestra suerte, Roberto, encargado de la bodega que nos quedaba en la esquina de nuestra calle, compartía el mismo edificio en el que vivíamos. Como vecino, fue siempre un ejemplo de convivencia, él y su mujer, siempre estuvieron atentos y prestos al apoyo desinteresado, de cualquiera de las familias que vivíamos en aquel inmueble. Su hijo, fue como un hermano más, para los muchachos que allí crecíamos, un ser entrañable como pocos, abierto y solidario, un verdadero amigo, al que muy joven echamos en falta.

La bodega se ubicaba en la transitada esquina de Monte y San Nicolás, del barrio de Los Sitios, en La Habana. En su bodega, Roberto no bailaba entre papas y ají, como dice el famoso cha cha cha de Enrique Jorrín , pero detrás del mostrador se movía tan ligero, haciendo tantas cosas a la vez, que parecía que flotaba en el aire, como si bailara de verdad. Le ayudaba en esa agilidad, su delgada complexión física y le hacía más cercano a sus clientes, el carácter jovial que siempre lucia. Nunca le vi de mal humor, siempre con una sonrisa a flor de labios y una palabra amable para el necesitado.

De aquella bodega, quedaron grabados en mi memoria para siempre, varios sonidos, como fueron, los que producían las puertas de las neveras refrigeradas al cerrarse, de donde constantemente salían las cervezas frías, que Roberto y Felo, su ayudante, servían a los habituales parroquianos. Otro, fue el sonido como de satisfacción, que producía el gas que dejaba escapar la botella de cerveza al ser abierta, seguido del que producía la chapa al caer al piso, casi siempre, primero sobre la barra de madera lustrosa y que con la mano atraía hacia su cuerpo el bodeguero, para que callera hacia dentro y se colara entre la rejilla que protegía el suelo.

Bajo el portal, fuera de la bodega de Roberto, había lo que llamábamos, un puesto de fritas, que en las tardes se mantenía siempre a fuego encendido, elaborando tortillas, croquetas, frituras de malanga y las propias fritas, que se acompañaban de un pan suave, delicia de los que rumbo al cine Regio, a unos metros de la bodega, se detenían unos minutos para cargar provisiones, antes de entrar a disfrutar de la película en cartel.

Nunca pude echar el níquel (cinco céntimos) para escoger algún disco en la victrola, primero, porque era muy pequeño por entonces y segundo porque muy pronto estas fueron retiradas a dormir el sueño eterno, condenadas a su desaparición total. Siempre que podía, me detenía en la vidriera, como para mirar lo que en ella se vendía, cuando en realidad, lo que hacía, era prestar atención a las canciones que se dejaban escuchar desde la victrola, teniendo como preferencia como cantantes a Vicentico Valdés y Lucho Gatica y entre las orquestas la de Neno González, que reconocía por la voz de Víctor Rey, su cantante por entonces, a quien escuchaba ensayar en su casa, que quedaba justo al lado de nuestro edificio.

Por asociación de ideas, recordar la figura del bodeguero, es brindarle mi más sincero homenaje, al que más cerca tuve en mi niñez y por el que sintiera un afecto especial, a él, al señor Roberto Oliva, humilde y sencillo bodeguero dedico esta evocación en nombre de todos los hombres buenos que dedicaron sus mejores años a entregarse de forma incondicional a tan noble oficio. Por todos ellos destapó una cerveza bien fría con una mano, mientras con el pie empujo la puerta de una nevera imaginaria, hasta lograr el click que tanto me gustaba oír y con la otra mano echo el níquel en la ranura de la victrola, seleccionando la orquesta Aragón, tocando el más sabroso de los cha cha cha cubanos, que dice así: <Vete a la esquina y lo verás, que atento siempre, te servirá; anda enseguida, córrete allá, que con la plata lo encontrarás, del otro lado del mostrador, muy complaciente y servidor> Como si a mi viejo e inolvidable Roberto, el autor, en él se hubiera inspirado.


 
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