¿La vida sigue igual?El cine Cuatro Caminos en La Habana.
Por Oniel Moisés Uriarte.
Tenía yo unos trece años cuando se estrenara en La Habana la película española “La vida sigue igual”, filme autobiográfico que nos acercara y mostrara la vida del cantante Julio Iglesias. Tuvo tan amplia repercusión en la población, que al menos en el cine de mi barrio, conocido por el nombre de “Cuatro Caminos”, debió estar en cartelera más de dos años, tiempo en el que los muchachos competíamos por establecer el record de más entradas a la sala para ver el largometraje.
Aquel cine, muy reciente, ya había marcado nuestras vidas con la saga de Los incapturables, películas que una a una fueron pasando por su pantalla grande haciendo las delicias de los muchachos que por entonces queríamos ser como aquel grupo de jóvenes luchadores rusosde la segunda guerra mundial. Entre las películas que recuerdo fueran proyectadas en el cine Cuatro Caminos por aquellos años están, “Nuevo en esta plaza” con Palomo Linares, “Cera virgen” con Carmen Sevilla, “El último cuplé” con Sarita Montiel y “Resplandor”, uno de los filmes de ciencia ficción que más impresión me causara en toda mi vida.
El Cuatro Caminos era el cine al que nuestros padres nos autorizaban ir en grupo, por lo regular de cinco o seis muchachos en cada salida, una vez que el cine Regio, el que más cerca nos quedara de la casa, un día fuera cerrado por reparación y nunca se volviera a abrir. También el coste de la entrada nos ayudaba mucho, porque sesenta centavos no era un precio alto para aquellos años, siendo accesible a la cartera de los mayores que en definitiva eran quienes pagaban nuestras maratónicas sesiones cinéfilas. Pero hay un detalle muy importante que no puedo dejar pasar por alto: La llegada a cartelera de “La vida sigue igual” no fue como su titulo indicaba, porque el precio de la entrada no siguió siendo igual desde entonces, a partir de la aceptación e interés que esta película despertara en el público, quedó marcado para siempre en un peso.
El cine de mi barrio, era amplio y ventilado, con una gran pantalla amarillenta por el paso del tiempo y las tantas escenas que en ella se proyectaran. Contaba en su interior con confortables asientos forrados en vinil rojo. Tenía un piso superior donde un pequeño orificio rectangular en la pared del fondo, dejaba escapar un haz de luz a través del viejo proyector que nos regalara las tantas y magnificas películas con las que crecimos.
En la acera de enfrente al cine Cuatro Caminos, haciendo esquina a la calle Santa Marta, había un restaurante llamado La Estrella de Oro, que años antes vendía comida china y al que íbamos los muchachos un poco más temprano del comienzo de la tanda, para tomar la fría malta que solo allí podía encontrarse en el barrio y comernos unos espaguetis con queso amarillo muy bien cortado por la moledora, pero sin el complemento que le hacia uno de los platos que más aceptación tenia entre los cubanos, la salsa Vita Nova, escasa o casi nula su producción por falta de materia prima en las fábricas.
Muy poco había y muy poco teníamos por esos años de escases material, solo en la pantalla de del cine encontrábamos lo que soñábamos, solo allí podíamos caminar las calles de cualquier ciudad del mundo, vestir la elegante ropa de los personajes, comer suculentos manjares, conducir autos de lujo y habitar espléndidas mansiones. Así llegó a nosotros, entre sueños y sueños aquella película española, en la que un joven deportista, tras un grave accidente del que resulta paralitico por un largo periodo, cambia su vida por la canción que le inspira la chica telefonista del hotel donde se recluye en su desgracia, resultando triunfador del festival que le abre las puertas a un nuevo mundo.
Fue aquel filme un alivio a nuestras penurias, dentro de él queríamos vivir para escapar de la cruda realidad que nos tocara. Dentro de las paredes que formaba el cine Cuatro Caminos nuestra vida cambiaba, era más llevadera y hasta podía parecer más justa. Así fue como viví aquellos años hasta que me fui del barrio, había crecido y algunas cosas habían cambiado para bien, pero solo algunas cosas y por poco tiempo.
El cine, nuestro cine de la infancia y primeros años de la adolescencia, un aciago día se vino abajo y el ruinoso estado que quedó había atrapado para siempre entre sus escombros, el deseo que todos teníamos de que la vida real, la del día a día, la que teníamos que enfrentar de verdad, no cumpliera la máxima de aquella película que durante tanto tiempo proyectara y que la vida no siguiera igual.